Pestes, realidad distópica, mala poesía, lectores que se resisten al género, freestyle, rap y segunda naturaleza: una charla con Rafael Oteriño, autor de "Continuidad de la poesía". Un libro para conocer la potencia de un género que puede dialogar con el presente de manera única.
Por Paola Galano
“Continuidad de la poesía” se llama su nuevo libro. Allí, el poeta Rafael Oteriño reflexiona sobre el rol del discurso poético en el extraño mundo actual. Mientras cuenta las transformaciones que sufrió el género, el autor también va dando cuenta de la sociedad actual, con sus marcas de época, sus obsesiones y sus resistencias.
Este libro es la oportunidad para conocer al Oteriño teórico, igual de reflexivo y sensible que el poeta, pero ahora bajo el paraguas de un registro en el que el autor busca divulgar de manera más directa sus pareceres íntimos.
Ya había mostrado esta faceta de pensador en “Una conversación infinita”, otro volumen para entender qué es éso que busca la poesía con sus versos y su aparente dificultad para enunciar los grandes temas.
“La operación de escribir poesía se cumple en nuestros días en medio de una abundancia de imágenes, voces, pantallas, sonidos, músicas e idiomas que si, por un lado, la enriquecen, proponiendo nuevos modos de ver y de conocer por otro, la ensordecen con el impacto de sus excesos“, escribe ni bien arranca el libro, que publicó Ediciones del Dock.
Atento a contar que la poesía “siempre tiene algo que decir” en tiempos convulsos como los actuales, liga el género a la incerteza: “El poeta va a través de las cosas hacia lo inexplorado, hermético o misterioso, en procura de darle entidad verbal”, sigue en su libro.
Dice Oteriño: “El mar, la calle, el bosque, los árboles se dicen muy bien a sí mismos a partir de su sola exhibición. Pero una vez que chocan con nuestra subjetividad percibimos que algo más yace escondido”
Radicado en Mar del Plata, donde se desarrolló en el Poder Judicial, Oteriño es autor de doce libros de poesía (el último de los cuales es “Y el mundo está ahí”). Es miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Real Academia Española. Entrevistado por LA CAPITAL, aporta su mirada sobre la pandemia actual, desde la óptica de un poeta de marcada trayectoria y de un hombre al que le gustan las palabras.
-¿Cómo ve un poeta esta pandemia?
-La pandemia reinstala en un primer plano la congoja por la finitud, que la sociedad contemporánea, acaso juiciosamente, tendía a disimular. De su mano vuelven los viejos interrogantes: el sentido de la vida, la endeblez de los proyectos, la tan ansiada trascendencia, junto al gélido abrazo de ese huésped nunca del todo expulsado: el miedo. Pero también afloran otras pulsiones de raíz antropológica, como lo es la pregunta por el papel de la persona humana en el planeta. Pues bien, la poesía tiene capacidad para prestar ayuda. ¿Cómo? Mediante la entronización de un universo verbal que se superpone al discurso apocalíptico, afirmando que la vida, aún en tiempos de excepción, no es solo un ejercicio práctico de supervivencia. “De otros diluvios oigo una paloma” escribe el poeta italiano Giuseppe Ungaretti, abriendo un horizonte de esperanza ante la cerrazón de lo indiscernible con la que nos topamos a diario.
-En el libro reflexiona sobre la poesía y al mismo tiempo traza las coordenadas del mundo contemporáneo, ¿siempre están relacionados poesía y tiempo actual?
-En esas coordenadas están las nociones de levedad, rapidez, visibilidad, multiplicidad, que tan bien señalara Ítalo Calvino y que en el presente parecen confluir en el imperio de lo audiovisual. Bueno, en este escenario la poesía opera como un alerta, poniendo de relieve la felicidad pero también denunciando el extravío de los objetivos humanos. En este sentido, la poesía instituye una zona de pacífica resistencia; como si dijera: “puede ser de otro modo”. Coinciden, ciertamente, poesía y tiempo actual. Más aún, no podría ser de otro modo, bajo pena de volverse ella anacrónica. Pero lo hacen en el marco de una tensión mágica, con bellos corolarios –los poemas- suscitadores, amparadores y, tantas veces, paliativos para quien participa de ellos. El poeta es un hombre insatisfecho por la incompletud del mundo, que crea poemas para reparar esa falta.
-Si la poesía es una caja de resonancia de nuestra época, ¿qué viene a decirnos hoy, en este presente tan distópico?
-Al tiempo de aportar una corriente de aire fresco en la vida pública y en la privada, la poesía expresa asimismo una mirada crítica. En este orden, perdida su incidencia en la Historia (estamos lejos de la épica que tanto gustaba a Borges), abandonada su práctica como ejercicio nemotécnico (hoy los poemas carecen de rima), alejada de las costumbres mundanas (los “salones” son menos literarios que etílicos o musicales), reemplazada de continuo por otras artes (el cine hace buena cosecha de contenidos poéticos), pero conversada, ágil, irónica, presente en las redes sociales gracias a su ductilidad y velocidad de impacto, la poesía de nuestro tiempo busca recuperar la interioridad de la persona en una época entregada a la idolatría del mercado. Hoy la poesía se ha despojado del énfasis y hace pie en las preguntas simples (y no tan simples) de una criatura que se sabe solo humana. Así cumple su papel de ser la otra voz, última red, testimonio, réplica y contrarréplica, reserva de sentido y sonido.
-Asegura en su libro que la poesía está llamada a decir lo otro, ¿qué es lo otro?, ¿es lo que no está en las agendas globales?
-Digo, en efecto, que la poesía no está llamada a decir más de lo mismo, sino lo otro de lo mismo. No a comentar lo existente, sino a ponerlo a las puertas de una revelación. El mar, la calle, el bosque, los árboles se dicen muy bien a sí mismos a partir de su sola exhibición. Pero una vez que chocan con nuestra subjetividad percibimos que algo más yace escondido, callado, soslayado, omitido. Ahí comienza el trabajo del escritor para poner en palabras ese “algo más” escondido en los pliegues de lo real y, de este modo, ensanchar la mirada sobre los hechos y las cosas. Borges escribe: “Ver en la muerte el sueño, en el ocaso un triste otro, tal es la poesía…” Así entendido, lo otro es, en efecto, lo que no está en las agendas convencionales. El poeta es un explorador de lo inefable y, como tal, hace de la poesía un arte que es, asimismo, otro modo de conocimiento. Ese conocimiento tiende puentes entre la realidad y lo inexpresado.
-“Hoy poesía es lo que el propio autor dice que es poesía”, es una de las definiciones que da. ¿Cuáles son los pro y los contra de esta tendencia? Bajo esta idea, ¿no existiría la mala poesía?
-Lo digo no sin cierta preocupación. Porque al amparo de poner en práctica una libertad expresiva a todas luces defendible, hoy también se escribe sin observar y aun ignorándose los frutos de una tradición que nos enseña el factor irreductible del verso como nota singular del género. El verso es una unidad léxica que reúne valores semánticos, musicales y formales, y no –como se observa a menudo- la mera partición de la frase en segmentos interlineados. En la poesía están presentes elementos narrativos, e incluso dramáticos, pero ello sin mengua de la sublimación y el canto. Sus orígenes en la oralidad no se han perdido y a ellos la poesía vuelve repetidamente como el sediento al pozo. Estamos ante a una obra humana que puede no gustar hoy y ser redescubierta mañana. No hay palabras definitivas, pero sí hay poemas de baja confección y pobreza gramatical.
-Usted habla también de la supervivencia de la poesía en los cantautores y en la canción, ¿qué piensa de la poesía y la rima en el rap y en el freestyle?
-Cuando hablo de los cantautores pienso en Serrat, Sabina, Joan Báez, Atahualpa Yupanqui, Eladia Blázquez, Edmundo Cortés, Bob Dylan, José Larralde, que son poetas y generan acción poética en sus actuaciones. Pero creo que sus obras actuadas no son en puridad asimilables a la poesía escrita, ya que no se puede separar en ellas lo que es propiamente el texto de la intercesión del cuerpo, la música instrumental, el timbre de la voz, las luces y escenografías que las acompañan. En cuanto al rap, desde mi mirada, es un recitado que acaso se independice hacia un escalón más próximo a la expresión de la queja y el descontento. O que ya se ha independizado y es otra de las articulaciones de la comunicación social. Al freestyle lo veo con caracteres semejantes a la payada nativa, en la medida que privilegia la improvisación, con la mira puesta en el brillo del espectáculo.
-¿Por qué la poesía es una segunda naturaleza, tal como señala en su libro?
-Porque las palabras del poema -y el poema mismo como continente verbal- tienden a convertirse en una realidad en sí mismos, más allá y por encima, inclusive, del mundo al que hacen referencia. Esto lo vio claro Wallace Stevens cuando afirmó que en poesía siempre se escribe sobre dos cosas: una, es el tema propiamente dicho; otra, la poesía que emana del tema y de su realización. Lo cual marca el camino que va de la transposición de una realidad objetiva en otra realidad subjetiva. O, como también expresa: las cosas de que habla el poeta son de la clase de cosas que no existen fuera de las palabras. “Hay jardines que no tienen ya países/ Y están solos con el agua/ Palomas los atraviesan azules y sin nidos/ Pero la luna es un cristal de felicidad/ Y el niño recuerda un gran desorden claro”, escribe el poeta de lenguaje surrealista Georges Schehadé, creando una realidad/otra que comienza su existencia en la página del libro y en el corazón del lector.
-Su libro también tiene referencias a poetas como Brodsky, Herbert, Milosz, Watanabe, Borges y Bayley ¿son sus maestros? ¿Hay alguna escritora, poeta mujer que lo haya inspirado?
-Joseph Brodsky, Zbigniew Herbert, Czeslaw Milosz, Jorge Luis Borges, a los que debo sumar al irlandés Seamus Heaney (de quien me he ocupado en otro libro), hablan de mis afinidades electivas. El peruano José Watanabe fue un contemporáneo con quien departí en un clima de conexión generacional. Edgar Bayley, de quien me separaban más de veinte años, fue mi amigo, y con él supe comprender el valor de las vanguardias para expresar el voluble estar en el mundo. En cuanto al protagonismo de mujeres escritoras en mi poesía no puedo soslayar la lección de Alejandra Pizarnik en la exploración de las zonas más veladas del yo (sobre ella han escrito con suprema autoridad César Aira, Ivonne Bordelois y Cristina Piña) y otras dos más lejanas –no tanto temporal como geográficamente- en las que siempre encuentro articulaciones impensadas del hecho poético: la polaca Wislawa Szymborska y la norteamericana Elisabeth Bishop.
-¿Desde cuándo escribe poesía y por qué?
-Escribo poesía desde los quince años y lo hago como un modo de dilucidar y de explicarme –en un segundo momento, de compartir- lo que veo, siento, pienso, descubro, intuyo. Desde un costado más sensual -y haciendo mías las palabras de Dylan Thomas en su testamento poético-, escribo porque me gustan las palabras: como signos, como sentidos, como sonidos. “Sentir que ahí están ellas: hechas de blanco y de negro, pero que de su propio ser surgen el amor, el terror, la piedad, el dolor, la admiración, todo eso que hace grandes y efímeras nuestras vidas”.
-¿Qué le diría a las lectoras y los lectores que se niegan a la poesía, que dicen que es difícil?
-Hay lectores de poesía y lectores de narrativa, lectores de periódicos y lectores de Historia, lectores comprometidos y lectores hedonistas. También están aquellos que solo leen para pasar el tiempo. Yo leo preferentemente poesía, ensayos y memorias. Comprendo entonces que haya lectores que, en el ademán de priorizar un género, sean refractarios a la poesía. Lo he oído infinidad de veces con referencia a Borges, quien para mí no es difícil ni oscuro. Solo diría que estos últimos han perdido las claves para penetrar en lo poético y les aconsejaría que las busquen en el mundo de lo simbólico, en las analogías, en las correspondencias y paralelismos. A poco que se atraviesa el muro de lo simbólico (hecho de signos, símbolos, imágenes, representaciones), lo que era oscuro tiende a volverse transparente. Vale la pena el intento.